Propósito

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8.06.2007

Un violín muy afinado

El violín es una película que desde el comienzo nos mueve esa fibra que dice llamarse sensibilidad. Lo primero que vemos, es una escena de una tortura contada por medio de un plano aberrante y estático, que demuestra la lucidez del director para manejar escenas tan delicadas y emotivas como lo son las torturas y las violaciones. Aunque los elementos de composición, iluminación, el blanco y negro y los puntos de vista de la cámara no se consideren novedosos, la maestría con que Francisco Quevedo logra unirlos, hace que – por lo menos en mi caso- se despliegue una tensión dramática exquisita. Llamo a estas escenas delicadas y emotivas porque siempre he pensado que lograr un buen impacto en el espectador desde las torturas y las violaciones es una tarea difícil, porque se puede caer en lo que denomino “el riesgo de los extremos”; es decir, no alcanzar la tensión necesaria para hacer creíble la escena, y por ello, generar en vez de tensión, risas; el otro extremo consiste en dejarse contaminar por el amarillismo barato. Cuando pienso en violaciones no puedo excluir la escena de la película Irreversible del director Gaspar Noé, en la que por más de ocho minutos en un solo plano, un hombre viola a una mujer; muchas personas después de ver la película la tomaron como un irrespeto a la sensibilidad del espectador y la tildaron de amarillista, pero, en mi concepto, creo que esta película propone una forma muy interesante de contar; es una propuesta visual que me acompañará el resto de mis días – o al menos eso espero- .

Otra de las escenas que –creo- hacen de El violín una película con un alto sentido poético y artístico, es un –tan recomendado por Carlos Andrés- plano secuencia que se vuelve la cuota inicial de una atmósfera de tristeza que por momentos se siente el la película. Este plano comienza cuando el personaje principal, Don Plutarco, intenta explicarle a su pequeño nieto –que no es nada tonto- los motivos de la guerra que vive la guerrilla mexicana con el ejercito, y en medio de esas explicaciones la cámara se desliza por sus cuerpos, pasa por el suelo, y comienza a describirnos un árbol y sus ramas hasta llegar a un primer plano de una hermosa luna, a este travelling lo acompaña una conmovedora historia dicha por Don Plutarco que, al escucharla, quisiera que fuera verdad. Ahora entiendo la emoción con la que Carlos nombraba ese plano, porque cuando se terminó, sentí la necesidad de volver a parpadear.

Algunos elementos exquisitos de esta película son el manejo de la cámara con movimientos fluidos y firmes; las buenas actuaciones; la tensión que se logra en todo el argumento; la utilización del blanco y negro que genera una sobriedad y lucidez envidiables.

He visto muchas películas que muestran la guerra que se vive entre la guerrilla y el ejército, El violín es una de ellas, sólo que con dos diferencias: la primera, es que el país es México; y la segunda, es que ninguna de esas películas había logrado impactarme tanto sin la necesidad de mostrar escenas violentas ni sangrientas, tal vez sea por su inicio, o por el manejo magistral de su final, o porque presenciar la cotidianidad de la guerra es más impactante, o porque al vivir en Colombia, un país en guerra, siento más cercanas esas escenas de desplazamiento, muerte, desaparecidos. Pude sentirme tocada por esa tristeza, pude sentir impotencia, y si una película es capaz de producir estas sensaciones, es lo que llamo, una buena película.

ERIKA

2 comentarios:

Carlos Andrés dijo...

Bueno, Erika, no hay que olvidar que en el asunto del arte, las fronteras entre lo bueno y lo malo son difusas; pero definitivas.

Menos de tres minutos frente a El Violín nos anotician de lo que viene. Y el director sí que sabe mantener esa atmósfera de buena película. Aunque aquí, la calidad no es sólo atmósfera; o sea: no es sólo cuestión de blanco y negro. Muchas veces hemos visto producciones a las que el blanco y negro les queda grande.

Pero frente a esta película, la bueno del arte se expresa en ese sentarse en el sillón y dejar que la película fluya. Entonces surge una sansación para mí contradictoria: cómo es que tratándose de una trama que se conecta con uno, y que deja pistas claras para que uno se involucre, ésta no se sucede traumáticamente, sino con esa naturalidad con que lo hace. Sí: uno ni sufre por la suerte de los "buenos", ni desea la muerte para los "malos". Porque, para empezar, las fronteras entre unos y otros son débiles; pero como en el arte, definitivas.

Jaime Hernando Hincapié López dijo...

Definitivamente estoy aprendiendo mucho de ustedes, me impacta muy positivamente como han asumido el lenguaje del buen comentario. No siempre se tiene la capacidad de describir el arte con un buen lenguaje, es decir, construido estéticamente. Muchos críticos asumen la posición de juez y creo que de eso no se trata. Va más allá y ese allá se encuentra en la sensibilidad de muestran en estos comentarios.

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